¿ESTAMOS ANTE UNA SEGUNDA TRANSICIÓN?
Definimos la Transición como el periodo de
tiempo que va desde la muerte de Franco, 20-XI-75, hasta la votación en referéndum
de la Constitución, 6-XII-78, aunque hay otras fechas que también se
utilizan para situar el fin de la Transición como son el golpe de Estado de
Tejero, 22-II-81, o las primeras elecciones que gana el PSOE, 28-X-82.
Pero, sobre todo se define como el proceso mediante el cual en España
se transformó la dictadura en democracia.
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Por tanto, hay dos conceptos el de tiempo y el de
transformación de un sistema político en otro.
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Para la derecha, siempre inmovilista, la Transición fue
un proceso perfecto y, en consecuencia, el resultado, es decir, la
democracia actual no hay que tocarla. Para una parte de la izquierda fue
una chapuza y es la responsable de todo y de lo peor que pasa en España en
la actualidad.
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¿Pero, realmente, la Transición es la responsable de
todo y de lo peor que pasa en España en la actualidad? Desde el fin de la
Transición, se elija la fecha que se elija, han pasado, al menos, treinta
años. ¿Por qué no se mejoró durante ese tiempo la chapuza, si es que lo
fue?
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¿Nuestra democracia es una democracia mediocre?
Claro, ¿cómo podía ser, después de 40 años de dictadura, la vigilancia del
Ejército de entonces, su amenaza permanente de golpe de estado y de los,
entonces llamados, poderes fácticos? Pero la cuestión no es si esa
democracia, entonces creada, fue mediocre o no, sino qué hemos hecho
después con ella.
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Después de llegar a una democracia, como dice Miguel Ángel
Aguilar, es raro que nuestra generación se sienta más orgullosa de sus
abuelos, que dirimieron sus diferencias con una guerra, que de sus padres,
que dirimieron sus diferencias sin ella y crearon un sistema democrático
estable que ha permitido cambiar y mejorar la vida de los españoles
profundamente, añado yo, de tal manera que tenemos la mejor España de todos
los tiempos y en comparación con los países europeos a los que siempre nos
hemos querido parecer la más próxima a ellos.
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Esos cambios y esas mejoras en la vida social e
individual para la mayoría de los españoles es lo que explica que no se
haya mejorado el sistema desde su creación, esos cambios y el acomodamiento
progresivo de la sociedad al bienestar que ha producido unas élites incapaces
de ver los cambios que se producían y una sociedad que dejó de participar
en la política y la puso en manos de políticos cada día más
profesionalizados pero menos profesionales. Y es que la política es
demasiado importante como para dejarla sólo en manos de los políticos.
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Ahora, después de las elecciones del 20 de diciembre
hay ocasión de cambiar la chapuza de los años 70 y 80 porque se ha roto el
bipartidismo y, parece, sólo parece hasta ahora, que los nuevos paridos
traen nuevas formas y maneras de hacer política. ¿Será una nueva
Transición? No, democracia ya hay, imperfecta, chapucera, de baja calidad,
lo que se quiera, pero esos que están ahí, en el Congreso para mejorarla
cuanto quieran y puedan fueron elegidos por el «imperfectísimo», según
parece a algunos, método democrático diseñado en la Transición.
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Se pueden y se deben hacer cambios profundos en
nuestro sistema democrático y en todo lo que con él va: división de
poderes, mejora de la Justicia, disminución o incluso desaparición de las
desigualdades, la organización territorial de España, la educación, el
estado de bienestar, y tantos aspectos como se quiera enumerar, pero
siempre nos mantendremos dentro del mismo sistema político: la democracia.
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Por tanto, de las dos condiciones en las que se basa
la Transición: proceso temporal y cambio de sistema político, sólo se
cumplirá la primera. ¿Parece suficiente para llamarla segunda transición?
No, y a la luz de lo que duran las negociaciones para formar un nuevo
gobierno y de las artes que ponen sus oficiantes mucho menos. Con los
oficiantes actuales no hubiéramos llegado ni a la convocatoria de las
primeras elecciones democráticas, mucho menos a redactar una constitución.
Necesitamos que se aparten las líneas rojas y los vetos para poner sobre
las mesas de negociación las coincidencias y los proyectos de mejora de las
condiciones de vida de los ciudadanos, y necesitamos, igualmente, la
habilidad para salvar las diferencias.
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