Reflexión
o propaganda en el reino de los sofistas
“Teníamos
un problema y lo hemos resuelto“, dijo un
presidente del Gobierno español del que no diré el nombre para no distraer
al lector de la cuestión principal. Es una frase corta, rotunda que invita
a la tranquilidad y al sosiego porque ya no hay problema, se solucionó. Lo
solucionó quien dijo la frase y el oyente o lector queda tranquilo al oírla
o leerla. Sin embargo, hoy aquella frase forma parte de la propaganda
porque, en realidad, el problema al que se refería, diecinueve años después
sigue existiendo.
Frente a la
propaganda está la reflexión. El análisis del problema, la averiguación de
sus causas, los diferentes ámbitos del conocimiento desde el que
aproximarse a él, los distintos puntos de vista, las posibles soluciones en
función de ellos y las consecuencias que nos muestran cada uno de ellos,
etc.
La reflexión
comienza con la duda, que es el principio del conocimiento, pero la duda es
incómoda, nos pone sobre un terreno inestable y de opinión y, aunque el
conocimiento es necesario y lo único que puede resolver un problema, no
solo no asegura una respuesta sencilla sino que augura nuevas dudas.
La propaganda se
sitúa en el reino de los sofistas. Estos fueron unos griegos que en el
siglo V a.C. se propusieron, entre otros objetivos, educar a los jóvenes
para que pudieran enfrentarse a las crecientes complicaciones de la
democracia ateniense de la época, mediante una actitud práctica con la que
poder alcanzar el éxito en las relaciones sociales y la eficacia en la vida
política, de manera que la instrucción sofista, pagada naturalmente, no
tenía intención de alcanzar la verdad sino de convencer a los oyentes de
las asambleas atenienses de lo que parecía más ventajoso. No importaba que
hubiera que retorcer los argumentos, lo importante era triunfar en la
asamblea, ganar el debate.
Sócrates vivió en
Atenas al tiempo que los sofistas y este andaba por las calles preguntando
y repreguntando a la gente con el ánimo de que se investigaran a sí mismos
y llegaran a la certeza de que quien
desatiende su propia vida, quien no la examina convenientemente, no puede
alcanzar la virtud, que él identificaba con el conocimiento, y, por tanto,
no era el más indicado para salvaguardar la vida ciudadana porque sería
causa de la desgracia y la ruina de la polis, es decir, de Atenas. Terminó
condenado a muerte por pervertir a los jóvenes. Se lo mereció porque
pretendía nada más y nada menos que los jóvenes atenienses pensaran, que
razonaran, que tuvieran una existencia virtuosa que mostrar al resto de los
ciudadanos y, efectivamente, esto es perverso porque es revolucionario.
Alcibiades fue alumno de los sofistas y de Sócrates,
del que no aprendió nada. Pertenecía a una familia noble y rica de Atenas, sobrino
de Pericles, joven, rico y atractivo personalmente consiguió que Atenas
organizara una flota para llevar la guerra contra Esparta a Sicilia en
contra de lo que siempre había mantenido su tío Pericles y opinión que, en
ese momento defendía su contrario en la asamblea ateniense, Nicias, que
poco tiempo antes había conseguido firmar la paz de su nombre con Esparta.
Como Nicias se mantuvo contrario a la expedición de Sicilia porque la veía
muy peligrosa para Atenas, Alcibiades propuso a la asamblea que la
expedición fuera dirigida por Nicias y a este le espetó que no estaba de
acuerdo con la expedición porque era un cobarde.
La expedición se realizó, terminó en un gran fracaso
y con Alcibiades huido a Esparta para no ser juzgado por el delito de
presunto mutilador, junto con sus amigos, de
los hermes
durante una noche de borrachera, sobre todo política, por el triunfo en
la asamblea sobre la expedición a Sicilia. En Esparta contó todos
los secretos militares de Atenas, y el
triste final de todo esto fue que Atenas perdió la guerra y quedó abolida
la democracia.
¿Y a nosotros qué
nos concierne de todo esto? Mucho. Estamos en periodo preeletoral y
convendría que nuestros líderes políticos tuvieran presentes estas
actitudes y en lugar de hacer frases ingeniosas reflexionaran frente a los
electores sobre cómo se proponen solucionar los problemas del país: cómo
salir definitivamente de la crisis sin dejar, realmente, a nadie en la
cuneta, cómo pagar nuestro endeudamiento sin arruinar el bolsillo de los
ciudadanos, cómo sacar a la Seguridad Social del déficit para que las
pensiones se puedan seguir pagando con el nivel actual, qué debemos hacer
para convertirnos en un país tecnológicamente avanzado en el que nuestras
presentes y futuras generaciones no tengan que emigrar y puedan regresar
los que se fueron, cómo lograr que todas las instituciones estén al
servicio de los ciudadanos y funcionen con transparencia, cómo regresar a
los niveles de protección y bienestar social anteriores a la crisis, etc.
En definitiva, propuestas concretas y realistas.
¿Quiero con esto decir que nuestros dirigente
políticos son gente sin conocimiento? No, pero parece que actualmente lo
importante es ganar y no importa cómo. No importó presentar un programa en
las anteriores elecciones para después hacer lo contrario. ¿Podemos
creer que España ha superado la crisis sin permitir que nadie quedara al
borde del camino? ¿Recuerdan cuando nos decían que habíamos vivido por
encima de nuestras posibilidades y que de ahí venía la crisis, y ahora
sabemos por las operaciones policiales y judiciales: Gürtel, Malaya,
Pokemon, Púnica, Eres, Palau y un larguísimo etc., que, en realidad, unos
cuantos, muchos, vivieron, y quizá siguen viviendo, por encima de nuestras
posibilidades?
Los sofistas actuales intentarán
sepultar la virtud y el conocimiento en un mar de palabras y frases más o
menos ingeniosas. Nos corresponde a los ciudadanos poner de manifiesto ese
hecho y hacer aflorar la razón, porque el sueño de la razón produce
monstruos (Goya, capricho 43).
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