LAMENTO POR EL ADOQUÍN SOBRANTE
|
|
Con motivo de obras
realizadas en cualquier calle adoquinada de Segovia
|
|
El amable lector habrá contemplado numerosas
veces que, tras una pequeña reparación de una calzada adoquinada, queda un
número indeterminado de adoquines sobrantes amontonados y que pasados unos
días desaparecen. ¿Qué fue de ellos?
|
|
Adoquín es una palabra de origen árabe addukkán o addukkín que
utilizamos, fundamentalmente, para designar la piedra labrada en forma de prisma con la que
pavimentamos nuestras calles, aunque también la utilizamos para describir, no sin desprecio, a apersonas torpes o ignorantes y,
recientemente, con un significado más amable, para un caramelo de gran
tamaño que por su forma recuerda al adoquín de piedra.
|
|
Pero este lamento esta dirigido exclusivamente al
adoquín de nuestros pavimentos, que no es un elemento cualquiera del
urbanismo. Sustenta nuestros pasos diariamente, tiene una perspectiva única
de nuestras vidas, lo pisamos reiteradamente sin una sola queja por su
parte, el tiempo pasa por él sin que percibamos cambio alguno en su ser,
salvo cuando se hunde creando un socavón por falta de masa que lo fije.
|
|
Los adoquines de nuestros suelos aguantan lo que
les echen encima, personas, vehículos de todas clases, lluvia, nieve, sol,
cambios de temperatura, el tiempo. ¿Cuántas pisadas, cuántas personas,
gatos, perros y otros bichos habrán visto pasar por encima los adoquines?
|
|
Pero un buen día, un adoquín se hunde y con el
tiempo también sus compañeros de alrededor, y con más tiempo, mucho más
tiempo, un cerebro, generalmente desconocido para él, decide que una mano
también desconocida repare el socavón donde ha estado sufriendo una
incómoda posición inclinada hacia el centro del hundimiento día tras día, y
así muchos días con sus noches, semanas, meses, quizá años y hasta lustros
y más.
|
|
Entonces, los adoquines del socavón y sus
aledaños son arrancados del pavimento mediante un hiriente martillo
mecánico y amontonados en un lateral hasta comenzar de nuevo el adoquinado,
que no tiene en cuenta el lugar que ocupaba anteriormente cada adoquín,
sino que se recolocan de nuevo según el criterio desconocido de la mano del
adoquinador. Pero en nuestro lamento por el adoquín sobrante, esto no nos
preocupa porque sabemos que nuestros adoquines de pavimento no tienen apego
a su puesto original, no así otros homónimos, según dicen.
|
|
Pero hete aquí, que al rehacer el pavimento,
antes socavado, por razones desconocidas para el propio adoquín y sus
compañeros, e incluso para los más expertos físicos espaciales, empieza a
observar que en el montón de adoquines hay más materia que espacio va
quedando en el socavón; y me pregunto qué pensará el adoquín al observar
que no lo colocan en el pavimento nuevamente adoquinado -me lo pregunto
porque sabemos que a esta situación sí son sensibles los adoquines- y que
avanza el nuevo adoquinado sin que lo utilicen y que, finalmente, queda en
un informe montón sin uso y sin entender -porque de esto los adoquines no
entienden-, cómo en el mismo espacio ahora no caben todos los adoquines que
antes sí cabían.
|
|
Y el adoquín sufre, quizá ya no pueda contemplar
más pasos desde su perspectiva supina, ni más personas etc. y sea llevado a
un almacén o transportado a otra calle o quizá a otra ciudad desconocidas
para él. Pensará cómo será su vida futura y los ciudadanos le echaremos de
menos porque ahora en aquel lugar donde hubo un socavón ahora más o menos
corregido, hay menos adoquines y más espacio entre ellos y, quizá por ello,
pronto se haga un nuevo socavón y tendremos que lamentarnos por otros
nuevos adoquines sobrantes.
|
|