TRIBUNA LIBRE

¿SÓLO EN GRECIA?

 

“Nuestra democracia se autodestruye porque ha abusado del derecho de igualdad y del derecho de libertad, porque ha enseñado al ciudadano a considerar la impertinencia como un derecho, el no respeto de las leyes como libertad, la imprudencia en las palabras como igualdad, y la anarquía como felicidad.” (Isócrates, 436- 338 a.C).

 

Ya hace más de un mes desde la muerte del alumno de 15 años, Alexis Grigoropoulos, y continúan los disturbios aunque ahora con menor intensidad.

 

La mayoría de los comentarios insisten en marcar como causa de la revuelta la citada muerte durante una manifestación y mezclan las protestas de los estudiantes con las movilizaciones de los sindicatos y partidos de izquierda en contra de la política del gobierno del señor Karamanlis.

 

Ciertamente, desde el verano de 2007 en que Grecia padeció en sus bosques cientos de fuegos provocados, el Gobierno está en entredicho; entredicho que el reparto de indemnizaciones a los afectados por los fuegos, y a veces también a los no afectados, y las elecciones inmediatamente posteriores resolvieron dando nuevamente la mayoría parlamentaria a la derecha griega Nueva Democracia, 153 escaños, perdiendo 12 respecto de las elecciones de 2004, mientras el PSOK, socialistas griegos, perdía 15 escaños y el conjunto de la izquierda únicamente aumentó en dos sus parlamentarios alcanzando los 137.

 

         Desde entonces el gobierno de Nueva Democracia, cuyos mandatos han coincidido con periodos de fuerte crecimiento de la economía griega, ha comenzado una serie de reformas sociales, similares a las ya realizadas o próximas a realizarse en otros países europeos, con la excusa de sanear la economía y la protección social, que empeoran la situación de los trabajadores y no cuentan con el apoyo de los sindicatos y partidos de izquierda, lo que se ha traducido, desde hace más de un año, en numerosas y continuas huelgas y manifestaciones de los distintos sectores productivos.

 

Por si esto fuera poco los escándalos por corrupción política, que nunca dejaron de existir,  llegaron hasta los miembros del Gobierno.

 

Y en esto llegó la crisis y con ella, como en otros países europeos, apareció el dinero del Gobierno, es decir de los ciudadanos, para ayudar al sistema bancario y a los sectores más afectados mientras el coste de la vida sube, los salarios se deterioran, las condiciones de trabajo se precarizan y los servicios públicos básicos: sanidad y educación se deterioran, con lo que arreció la movilización de la sociedad griega, por los cauces marcados por el contrato social y político, es decir, manifestaciones y huelgas contra un gobierno recién elegido.

 

La juventud griega no es ajena a esta situación: paro muy elevado, salarios bajos y contratos precarios forman parte del panorama diario a lo que se unen las reformas universitarias: Plan Bolonia y privatización y, sobre todo, falta de expectativas al tiempo que se les predica que son el futuro y la generación mejor formada.

 

Estos jóvenes objetivamente tiene intereses comunes con la izquierda griega y la acompañaron en las movilizaciones de sus mayores durante meses, pero el nexo se rompió y el movimiento estudiantil comenzó a tener vida propia y aún hoy continúan las manifestaciones violentas, los encierros universitarios y las nuevas convocatorias.

 

         La causa de la ruptura fue, sin ninguna duda, la muerte del estudiante, pero en la base está el mismo problema que hizo que los dos partidos mayoritarios perdieran escaños en las últimas elecciones y que, al tiempo, el conjunto de la izquierda aumentara en sólo dos escaños y ese problema no es otro que la falta de ética en la práctica política, que se expresa con descaro en las promesas incumplidas y, aún peor, en las hechas con el único objetivo de captar los votos sabiendo que no se pueden cumplir, una clase política que amparándose en las cifras macroeconómicas niega la realidad; que en muchos casos no tiene otro medio de ganarse la vida que ocupar un cargo político y que por tanto no tiene ninguna experiencia de aquellas cosas sobre las que legisla; unos partidos en los que a medida aumenta el culto al líder y se jalean sus intervenciones aumenta el déficit democrático.

 

         Esta situación concierne al centro de la práctica política, es decir, saber quién nos gobierna, con qué propósito y para qué intereses.

 

         La expresión social de esta situación, dejando a un lado las manifestaciones, huelgas y violencia del último mes, es la clase media griega que observa con profunda frustración cómo en años de bonanza económica se deteriora su forma de vida, sus expectativas y las de sus hijos, que asisten cada día a las huelgas y manifestaciones, disminuyen. En definitiva, la falta de ética de los políticos ha logrado que los ciudadanos y especialmente los jóvenes hayan perdido la confianza en el sistema político para resolver los problemas y la esperanza en que a través de las protestas tradicionales el Gobierno escuche a los ciudadanos.

 

         Si las clases medias se apartan del sistema político y sus valores: esfuerzo, trabajo, honradez, igualdad, se pierden o se corrompen por financiar con el dinero de los impuestos de éstas inversiones poco juiciosas o guiadas únicamente por la avaricia de los grupos económicos en lugar de trasmitirles confianza y seguridad en la honestidad de la gestión pública, el sistema político no funcionará.

 

         Cuando el Gobierno griego sea capaz de controlar la situación, ahora se intenta hacerlo cesando a algunos de los responsables del orden público, pero sin modificar ni un ápice las causas políticas que dieron origen a los disturbios, la clase política y la sociedad griega tendrán que reflexionar sobre cómo atender a los intereses y necesidades de la población y también de los jóvenes, por delante de los, en muchos casos abusivos, beneficios empresariales.

 

Pero llegado a este punto me pregunto ¿sólo en Grecia?

     

Pedro Álvarez de Frutos.